Amado Dios, hoy te busco sabiendo que la vida significa plenitud cuando tenemos fe. Muchas veces ella se me presenta distinta: como que nada puede cambiar; como que todo me llega desde algún recóndito rincón que desconozco y que no puedo ni ver ni controlar; como que alguien se empeña para que no pueda caminar; como que no hay mucho espacio para la maniobra; como que la fe nada nuevo tiene para mi, salvo un camino prefijado qué seguir.
Por eso, ayúdame a ver la sorpresa de la vida. A poder abrir ese regalo que está ahí, delante de mí. Ayúdame a ver lo hermoso que me rodea, sin esperar las promesas grandilocuentes de los éxitos que se anuncian por doquier, que parecen imposibles de alcanzar.
Quiero sentir la sorpresa que me provoca la sonrisa tierna de quien tengo delante de mí, que transforma mis sentidos inmediatamente.
Ayúdame a abrir mi cuerpo al roce y al gesto de mi hermano y mi hermana.
Quiero sentir la sorpresa que provoca conocer algo nuevo sobre quién eres y de cómo actúas a través de las experiencias tan ricas y diversas que me rodean.
Ayúdame a ser humilde y a abrir mis oídos a tu voz en las palabras de mi prójimo y mis ojos a las obras en las vidas de quienes me acompañan en el camino.
Quiero sentir la sorpresa que provoca ver que un pequeño movimiento en mis pasos puede crear cambios nunca imaginados.
Ayúdame a discernir mis caminos y sentir tu guía en mis decisiones, siendo sensible a la riqueza de las vivencias humanas tan diversas con que me encuentro.
En fin, amado Dios, ayúdame a vivir en la sorpresa.
Ayúdanos como comunidad que te sigue, que camina junta como puede, con sus saltos y tropiezos, a aprender a ver que los senderos que tienes para nosotros son infinitos en tu gracia y beneplácito.
Que juntos y juntas, en las miradas, en los gestos, en las palabras, en los pensamientos y experiencias compartidas, podamos aprender que tu grandeza es infinita, y que en esa grandeza la vida también se hace grande, rica, plena, abundante y sin límites.
Amén.
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