La Poesia en la Liturgia Cristiana, Rolando Mauro Verdecia Ávila.

Introducción

Del cristianismo se ha dicho muchas veces que es “una fe que se canta”. Y es que, indudablemente, la música ha ocupado en el culto cristiano a lo largo de la historia un lugar preeminente. Sin embargo, hay que reconocer asimismo que el canto no es pura música, sino una armoniosa combinación entre melodía y texto. Mas no se trata de un texto cualquiera; se trata de un texto que, por regla general, contiene notables elementos poéticos. De ahí que la combinación resultante sea música y, al mismo tiempo, poesía.

Ahora bien, desde hace mucho tiempo la poesía, sin renunciar a acompañar en ocasiones a la música, ha reivindicado su condición de arte en sí misma, y con esa independencia se incorporó progresivamente al culto cristiano. Queremos, pues, intentar aquí un acercamiento al lugar que ha ocupado y ocupa la poesía en la liturgia cristiana, así como también plantear algunas propuestas para resignificar el valor de la misma como recurso litúrgico en nuestros días.

 

La poesía en la Biblia[1]

Lo primero que denota la importancia de la poesía en la Biblia es el hecho de que casi una tercera parte del Primer Testamento está escrito en ese género literario.

Algunos estudiosos sugieren que, en su forma más temprana, la naturaleza de la poesía hebrea era más comunitaria que individual y más centrada en cuestiones cúlticas o religiosas que en asuntos particulares. También opinan que probablemente los primeros cantos eran himnos de celebración y oraciones de confesión o de gratitud, y que con el tiempo la poesía fue extendiéndose a actividades tales como la enseñanza y la profecía.

Los libros históricos del Primer Testamento nos dan algunas pistas en cuanto al uso de los cantos en su contexto original. En 1 Cr 16 se nos dice que los salmos eran parte de las ceremonias cúlticas en el templo de Jerusalén. Los salmos no sólo se leían; también se cantaban.

Por su parte, el Segundo Testamento, aunque no de manera tan pródiga como el Primero, contiene también porciones en lenguaje poético. Ahí están, por ejemplo, el conocido “himno al amor” de 1 Co 13 y algunos otros textos litúrgicos dispersos en las epístolas. Tales son los casos de Flp 2: 6-11 y, probablemente, Col 1: 15-20.

 

 

Características de la poesía[2]

 

  1. Su fin comunicativo. En la poesía sobresalen las palabras y la forma en que se usan, de modo que la forma del mensaje cobra suma importancia. La poesía puede hacernos llorar o reír, y puede estimular nuestra fe. En las sociedades de tradición literaria, la poesía se escribe y se lee y se relee. En las sociedades de tradición oral, lo normal es que la poesía se memorice y se transmita verbalmente de generación en generación. Hay muchas culturas que preservan sus orígenes, su historia y sus creencias sagradas, es decir, las tradiciones más significativas de su sociedad, en forma poética. La poesía es la expresión de los sentimientos más profundos del individuo o del grupo.
  2. La repetición. Ésta es una de las características que nos hacen saber que estamos ante una forma lingüística que difiere del lenguaje ordinario, y tal vez sea uno de los factores que nos indican que estamos ante lo que algunos llaman «estilo elevado». La repetición puede abarcar varios elementos distintos del lenguaje, que pueden ser una o varias palabras, uno o varios versos, algún sonido o sílaba, y hasta algún significado.
  3. Preponderancia del lenguaje figurado
  4. Se organiza en versos, o sentencias de cierta medida, lo cual ocurre no sólo en la poesía escrita sino también en la poesía oral. Cuando por primera vez los poetas o estudiosos recogen por escrito formas de poesía oral, puede esperarse que la información recogida venga en forma de versos, los cuales tienen cierto «golpe», o ritmo, gracias a un patrón enfático o acentual.

 

La poesía como recurso litúrgico

 

El lenguaje de la fe es eminentemente simbólico. También lo es el de la poesía. De modo que para expresar y celebrar nuestra fe en el culto comunitario, tenemos en la poesía un recurso de extraordinario valor, pues a través de ella no sólo podemos expresar el contenido racional de la fe cristiana, sino también, y de manera mucho más efectiva que por medio de cualquier otro lenguaje, la dimensión espiritual, mística y afectiva de nuestras experiencias como creyentes.

A ese fin hemos recurrido una y otra vez al caudaloso manantial de la poesía bíblica, esa que brota fresca y cristalina de los Salmos, de la literatura sapiencial y de no pocas porciones de los profetas. Pero asimismo poco a poco hemos ido descubriendo un nuevo caudal en la poesía extrabíblica, primero de autores cristianos y luego de otros poetas que, sin ser cristianos, reflejan en sus textos una hondura espiritual de carácter universal que los cristianos compartimos sin dificultad alguna. Así, hemos bebido de las fuentes de los místicos españoles (Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León), del modernista mexicano Amado Nervo, del indio Rabindranath Tagore y del libanés Khalil Gibrán. Pero también de los chinos Lao-Tse y Confucio, de los Vedas hindúes y de la literatura sufí. De tal modo que la poesía se nos revela como un arte privilegiado no sólo para expresar nuestra espiritualidad y nuestra fe a través de la liturgia, sino además como puente para el diálogo interreligioso e intercultural al que estamos llamados los cristianos ante la demanda urgente de nuestra contemporaneidad.

Pero, ¿y qué de la poesía contemporánea? ¿Podemos incorporarla a nuestra liturgia o acaso debemos limitarnos al sagrado patrimonio de los poetas del pasado? Antes de intentar una respuesta, hemos de reconocer que en nuestro tiempo, según reza un socorrido eslogan, “una imagen vale por mil palabras”, lo que, de manera resumida pero muy elocuente, viene a poner de manifiesto la clara depreciación de la palabra frente a la avalancha visual que desde la propaganda gráfica nos llega a través de todos los medios masivos de comunicación. Incluso la radio se nos anuncia hoy como “sonido para ver”. Esta cultura visual conlleva una tendencia a la inmediatez; las imágenes captan la atención por apenas un instante, sin exigir reflexión alguna sobre sus contenidos y mensajes implícitos. Esto a su vez trae como consecuencia un rechazo manifiesto por la lectura concienzuda y reposada; cuando más, lo que suele leerse hoy son fotonovelas, historietas y revistas de modas y de farándula.

La desvalorización de la palabra en el mundo contemporáneo afecta de manera particular a la poesía. El lenguaje poético, por su tono “más elevado” y su polisemia característica, choca frontalmente con la banalidad y la instantaneidad que distingue a la gran mayoría de los lectores de hoy. Tal vez sea esa la razón por la cual estamos asistiendo al nacimiento de nuevos estilos y tendencias en el discurso poético: la poesía sonora, la gestual, la inclusión de poemas dentro de las artes plásticas, etc.

También en los ámbitos eclesiales se ha depreciado notablemente la palabra. Las actuales corrientes carismáticas ponen el énfasis en las expresiones corporales, la oralidad espontánea y los cantos (cuyos adornos melódicos e instrumentales en muchos de los casos oscurecen los textos, cuando éstos no son ya insulsos en sí mismos). Por su parte, las Iglesias históricas que se resisten a perder su identidad denominacional, suelen mantenerse atrincheradas en sus tradiciones litúrgicas y los textos poéticos que emplean en sus servicios apelan más a una suerte de sentimentalismo cristiano que a la búsqueda del sentido y el fundamento de las múltiples experiencias espirituales y vivenciales de la comunidad de fe.

Nosotros creemos que como recurso litúrgico la poesía sigue siendo tan válida y necesaria como lo fue en el pasado. Sólo que los creyentes de hoy demandan un nuevo discurso poético; una poesía que interpele tanto a la razón como a los afectos, las emociones y los sentidos; una poesía que en lugar de moralizar sea sugerente; una poesía que, lejos de banalizar los contenidos de la fe, los dinamice, los profundice y contextualice. No importa que la tal poesía corresponda al siglo XVI, al XIX, XX o XXI; los buenos poemas pertenecen a todos los tiempos, son universales y trascienden todos los estilos y tendencias temporales.

Preguntas para el trabajo en grupos:

  1. ¿Qué lugar ocupa la poesía en los cultos de nuestras iglesias?
  2. ¿Qué tipos de poesía usamos en la liturgia? ¿Por qué?
  3. ¿Cómo podemos resignificar en nuestros cultos el valor de la poesía como recurso litúrgico?

 

 

Sugerencias: Se formarán pequeños grupos (de entre 4 y 5 integrantes), que presentarán en plenaria sus aportes. Las propuestas se recogerán para su sistematización e implementación.



[1] Sociedades Bíblicas Unidas, La poesía del Antiguo Testamento: pautas para su traducción  (Santa Engracia, 133; 28003 Madrid: Sociedades Bíblicas Unidas) c2000. Disponible en Compubiblia.

[2] Ibid.

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