Sermón Domingo 2 de enero de 2011. Celebración de la Epifanía del Señor

Sermón del Domingo 2 de enero de 2011. Celebración de la Epifanía del Señor                           Rev. Amós López Rubio / Textos: Is 60, 1-6; Sl 71; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12

Ah, los camellos tristes, los dóciles camellos…!

Aparecieron entre brumas, entre montañas.                                                                                       Ignoraban su rumbo, como sus guiadores:            &nb sp;                                                                              viajaban al hermoso amparo de una estrella:                                                                                         en la noche infinita una sola azucena…!

¿Quiénes eran aquellos viajeros misteriosos?                                                                                      ¿Sacerdotes, o magos; sátrapas o guerreros?                   &n bsp;                                                                        La historia de aquel tiempo dice que Reyes Magos…                                                                            &ique st;Reyes magos de cuáles remotas dinastías?                                                                                            Ellos nunca aclararon su procedencia obscura.                                            &nbsp ;                                          Pero eran hombres llenos de una fe sobrehumana.                                                                          Cansados de esperar la luz en sus países,                      &n bsp;                                                                        se dijeron: iremos al encuentro de ella,                                                                               &nbsp ;                      si no viene a nosotros. La sed de algo divino                                                                                          bosteza en el desierto de nuestros corazones.

Este fragmento del poema “Jesús”, del poeta cubano Agustín Acosta, nos sirve de preámbulo para nuestra meditación en esta mañana. No tenemos más información sobre aquellos magos, o sabios, o astrólogos. Mateo solo nos cuenta que viajaron desde alguna región del oriente hasta el pueblecito de Belén para rendir honor y adoración al niño Jesús que había nacido, en quien habían reconocido al salvador del mundo. Algunos piensan que este relato se corresponde con un acontecimiento histórico y real; otros sugieren que este relato debe ser entendido como una especie de parábola, de metáfora, un episodio de contenido simbólico y no histórico. Sin embargo, lo más importante no es demostrar si l o que nos cuenta Mateo ocurrió o no, sino comprender el mensaje que el evangelista nos quiere comunicar a través de este relato.

Pero me parece que sería mejor hablar de “mensajes” en plural, y no de un solo mensaje, porque cada acontecimiento puede tener varios mensajes en dependencia de quienes son las personas que están interpretando ese acontecimiento. Por ejemplo, en materia de religión, una de las preguntas que más he escuchado es la siguiente: ¿Por qué, si hay un solo Dios, hay tantas religiones? Y si nos limitamos solamente al cristianismo, la pregunta es: ¿Por qué, si Cristo es uno y la Biblia es la misma, hay tantas iglesias y denominaciones? Alguien dijo, con toda razón, que todo punto de vista es la vista desde un punto.

La visita de los magos del oriente al niño Jesús en Belén tampoco ha escapado a esta realidad de las distintas interpretaciones, incluso se han añadido informaciones que no aparecen en el texto, como por ejemplo que eran reyes y que eran tres. ¿Cuáles son entonces los mensajes que este relato nos comunica? Uno de ellos ha sido que el nacimiento de Jesús es una buena noticia para todos los pueblos y culturas. Y esto se corresponde con otros mensajes que encontramos en los evangelios sobre el carácter universal de la salvación que Dios nos ofrece en Jesucristo.

Un segundo mensaje es que Mateo estaba mostrando las diferentes posiciones que las personas tenían ante el mensaje de Jesús, los judíos no lo aceptaron como Mesías y Salvador, pero los no judíos, representados en los magos, sí creyeron en él. Con esto, Mateo estaba reflejando en su relato un conflicto real que ya existía en las comunidades cristianas del primer siglo, un conflicto entre el judaísmo más ortodoxo y la naciente iglesia que abría espacio a personas de diferentes culturas, tradiciones y trasfondo social.

Un tercer mensaje se deriva de un elemento distintivo del evangelio de Mateo y es la necesidad de demostrar que en Jesús se cumplen las profecías del Antiguo Testamento. En el capítulo 60 del libro de Isaías, en medio de una situación de exilio y añoranza, se anuncia la restauración de la ciudad y el templo de Jerusalén. Las naciones y sus reyes vendrán a Jerusalén y traerán sus tesoros y riquezas, entre las cuales se mencionan el oro y el incienso, abundantes por aquel tiempo en el reino de Sabá, en el sudoeste de Arabia. El Salmo 71, una súplica en favor del rey, expresa: “¡Que le traigan regalos y tributos los reyes de Tarsis y las islas, los reyes de Sabá y Sebá. Que todos los reyes se arrodillen ante él!”. C on seguridad, Mateo reconoció en el niño de Belén el cumplimiento de las promesas de un mesías que traería la restauración de Israel con un gobierno de paz, justicia y salvación.

Pero yo quisiera detenerme en otro de los símbolos de este relato de Mateo, y que a la vez constituye uno de los tantos mensajes que podemos descubrir en el texto. Se trata de la estrella que los magos vieron salir en el firmamento y que los condujo hasta el lugar donde estaba el recién nacido. Algunos han intentado explicar científica e históricamente la aparición de la estrella de Belén, y se han propuesto teorías como la conjunción de varios planetas en el año 7 D.C, la aparición de un cometa en el año 4 A.C, o tal vez una supernova, estrella que adquiere un brillo superior al normal. Pero el mejor camino para comprender el sentido de esta estr ella está en el propio testimonio de las Escrituras.

El simbolismo de las estrellas está ampliamente documentado en toda la Biblia. Las estrellas anuncian los designios de Dios: “Dios puso las luces en la bóveda celeste para alumbrar la tierra de día y de noche, y para separar la luz de la oscuridad” (Gn 1, 17-18); “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19, 1); “El Señor determina el número de las estrellas, y a cada una le pone nombre” (Salmo 147, 4).

En el capítulo 12 del libro de Daniel, las personas justas para quienes se promete la resurrección, son comparadas a las estrellas: “Los hombres sabios, los que guiaron a muchos por el camino recto, brillarán como la bóveda celeste; ¡brillarán por siempre como las estrellas!”. La profecía que encontramos en el libro de Números 24, versos 17 y 18, es sin dudas el pasaje que más influyó en el simbolismo de la estrella de Belén. La profecía fue dicha por Balaam en relación a las conquistas futuras del rey David sobre los territorios de Edom y Moab. Dice el texto: “Veo algo en el futuro, diviso algo allá muy lejos: es una estrella que sale de Jacob, un rey que se levanta en Israel. Le aplastará la cabeza a Moab, aplastar&aac ute; a todos los descendientes de Set. Conquistará Edom, se apoderará de Seír, que es su enemigo. Israel realizará grandes hazañas”.

Quisiera compartir con ustedes al menos tres mensajes a partir del rico simbolismo de la estrella de Belén. Primero: es necesario reconocer los signos de los tiempos. La estrella que guió a los sabios fue un signo, una señal de la llegada de un nuevo tiempo de esperanza y salvación, no solo para los judíos sino también para todas las naciones. Entre tanta gente que mira al cielo, aquellos sabios observaron con detenimiento y descubrieron una estrella-signo. No solamente tuvieron una mirada más profunda sino que también estaban buscando respuestas, caminos, avisos, soluciones.

Jesús criticó con fuerza a la gente que en su tiempo podía predecir con facilidad cuándo llovería, pero que no tenía la capacidad de discernir las señales de los tiempos, porque para comprender los tiempos que se viven necesitamos comprender más lo que sucede en la tierra que lo que sucede en el cielo. Muchas personas hoy en día están más preocupadas por lo que dirá su signo zodiacal el próximo mes, que por los problemas de su familia. En las iglesias, hay personas más preocupadas por saber cuándo se cumplirán las profecías de la Biblia que por saber cómo pueden servir mejor a su prójimo.

Reconocer los signos de nuestro tiempo es poder identificar aquellas estrellas que se sitúan justo encima de los lugares donde debemos estar como iglesia y ofrecer allí un testimonio eficaz de amor, de solidaridad, de compromiso con las personas que sufren cualquier tipo de injusticia, violencia y marginación. A veces descubrimos esas señales y tomamos conciencia de las necesidades, pero por causa de nuestros temores y prejuicios nos hacemos los de la vista gorda. Pero Dios no nos llama a vendar nuestros ojos, sino a mirar, comprender y actuar.

Segundo, debemos mostrar gratitud y compromiso con aquellos y aquellas que nos han guiado en el camino de la vida, personas que como la estrella de Belén, nos han orientado en nuestras búsquedas, angustias, esperanzas, y nos han ayudado a forjar nuestra identidad cristiana, a encontrar nuestras propias respuestas, a construir una vida con sentido, una vocación evangélica comprometida con la vida en medio de nuestra realidad. En la Biblia, las estrellas simbolizan también a personas importantes como gobernantes, reyes, líderes de las iglesias.

Quizás aquellas personas que podemos identificar como nuestras estrellas no sean, ni hayan sido personalidades ilustres. Lo importante es poder reconocerlas como tal y dar “honor a quien honor merece”, permitir que sus luces sigan iluminando nuestro andar presente y futuro. Para los pueblos incas en América del Sur, cada ser viviente tiene su correspondiente estrella en el firmamento, y vienen a ser como su materia segunda, establecidas allí por el Creador para velar por la conservación y el aumento de las especies. Esta creencia de los incas nos evoca aquella hermosa imagen que encontramos en la Carta a los Hebreos cuando se afirma que quienes nos precedieron en la fe conforman una “nube de testigos” que nos acompañan y sustentan en la paciente carrera de la vida, con los ojos puestos en Jesús.

Y tercero: es necesario hacerse estrella, ser signos del reino de Dios. En este día en que celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor, aquella manifestación de la gloria de Dios al mundo en el niño de Belén, Jesús, a quien el Apocalipsis llama la “estrella brillante de la mañana”, nos invita a quienes decimos ser sus seguidores a ser estrellas, a esforzarnos para que nuestra vida sea una permanente epifanía, una manifestación del amor de Dios, de la vida que Dios quiere. Jesús nos invita, en el evangelio de Mateo, a ser la luz del mundo, el mismo evangelio que nos cuenta hoy la histor ia de la visita de los sabios del oriente guiados por una estrella. “Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su padre que está en el cielo”.

De acuerdo con muchas tradiciones culturales y religiosas en el mundo, se cuenta que la Estrella Polar es el centro alrededor del cual gira todo el universo. En relación a este astro se definen las posiciones de las estrellas, de los navegantes, de los nómadas, de los caravaneros, de todos los errantes por los desiertos de la tierra, de los mares y del cielo; se le llama “centro orgánico”, “puerta del cielo”, “estrella umbilical del norte”; es el principio de donde todo emana, el motor que mueve todo y el Jefe en torno al cual gravitan los astros como corte alrededor del rey. Es la sede del Ser divino al que se atribuyen la creación, la conservación y el gobierno del universo.

Pero ser luz, en el sentido del evangelio, no es atraer la atención sobre nosotros y nosotras, todo lo contrario, es un llamado a ser humildes, a iluminar humildemente. El reto no es convertirnos en la estrella polar alrededor de la cual gira el universo, sino en la pequeña vela de la casa, alrededor de la cual los amigos y la familia pueden calentarse y pueden, al menos, orientarse para no tropezar. Ser estrella polar es la ambición de los egoístas y mediocres, ser vela de la casa es el deseo genuino de quien vive la sencillez y la humildad del evangelio de Jesucristo.

“Brilla en el sitio donde estés” dice el estribillo de un antiguo himno que cantamos. Brillar en el sitio donde estemos no es adueñarnos de la escena, sino ser esa luz que puede arrojar claridad sobre la escena, y el escenario es la historia, es la sociedad donde vivimos. Las luces no están fuera del escenario, son parte de él y su función es permitir una mejor visión de lo que sucede, alumbrar las zonas oscuras, no es llamar la atención sobre la luz sino sobre el problema que esa luz está haciendo visible. La misión de la iglesia en el contexto que le toca vivir es ser luz en ese lugar del escenario que le corresponde, no es convertirse en la protagonista de la obra sino compartir ese guión, esa trama que es la vida y la historia con otros actores, porque la vida es diversa y compleja, y en su escenario tiene que haber espacio para lo diverso.

Ser epifanía de Dios en nuestros días es arrojar luz sobre la oscuridad, primero sobre nuestras propias oscuridades para después poder alumbrar sobre la oscuridad de nuestro prójimo, de nuestra sociedad, de nuestra iglesia, de nuestro mundo. Ser estrella, ser epifanía del amor de Dios es una buena razón y una hermosa invitación para comenzar un nuevo año. Y termino de la misma manera en que comencé, con un texto poético, este lleva por título “Ofertorio” escrito por dos jóvenes poetas cubanos contemporáneos.

Señor, vengo a ofrecerte la estrella de mis días,                                                                                         la estrella que dicta la memoria, la frutal ascendencia de lo divino.

Señor, la menudencia de los días, el esplendor de acercarnos a la vida,                                                es la estrella que te entrego.

Toma la mínima luz, la grandeza iluminada y sea el gozo,                                                                         el ofertorio perenne que se convierte en vida y nuevamente en estrella.

Que así sea.

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