En el Salmo 24 leemos: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan; porque él la afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos”. A pesar de ello, estamos acostumbrados a “apropiarnos” de la tierra y de sus recursos, incluida el agua.
La privatización y comercialización de las aguas adopta muchas formas. La apropiación de los sistemas de suministro de agua por empresas privadas es sólo una manifestación de ello. Vemos también que el recurso mismo se convierte en un producto de comercio y una mercancía privada. Por ejemplo, en la “Semana 1: Tierra y Agua”, examinamos la adquisición de grandes superficies de tierra y el consiguiente control de los recursos de agua por parte de una minoría rica. Por último, se utiliza, contamina y desperdicia el agua ampliamente para generar beneficios de los accionistas en la agricultura y la industria.
Los bienes privados son por definición “exclusivos” – se puede excluir a otros de su uso. Algunos promueven este tipo de “privatización” como forma de evitar el desperdicio y la contaminación del agua. Sin embargo, las luchas de comunidades de todo el mundo ofrecen un relato diferente de exclusión.
Reflexión bíblica: Del Señor es la Tierra
Del Señor es la tierra
Reflexión de Linwood Blizzard, II y Shantha Ready Alonso
Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos
Del SEÑOR es la tierra y su plenitud;
el mundo y los que en él habitan.
Porque Él la fundó sobre los mares,
y la afirmó sobre los ríos.
(Salmo 24,1-2)
El salmista declaró en otro tiempo, “Del Señor es la Tierra, y todo lo que hay en ella” (Salmo 24:1). De generación en generación, tenemos un período de vida del que disfrutar y para administrar la Tierra de Dios. Sin embargo, en los últimos decenios, han aumentado sin control las industrias que extraen de la Tierra de Dios de forma insostenible. Sus acciones desafían la soberanía de Dios sobre los dones que fueron creados para ser compartidos por toda la creación y servir para todas las generaciones. Las industrias extractivas y de otro tipo han privatizado los dones naturales de la Tierra de Dios y han excluido a comunidades locales de la repartición de tales dones.
Las industrias del diamante y el carbón son ejemplos comunes, pero la extracción y elaboración del agua constituye un ejemplo especialmente vergonzoso de cómo se abusa de los dones de Dios para el lucro y los intereses privados de algunos a expensas de otros. Si una empresa controla la explotación de diamantes o carbón, la comunidad local no se beneficia normalmente de la extracción, producción y venta, mientras que soporta la carga de la devastación de sus tierras. Si una empresa controla y explota el agua, ocurre lo mismo, pero además la comunidad local y todas las criaturas de Dios que dependen del agua pueden quedar excluidas de este recurso básico para el mantenimiento de la vida. El teólogo estadounidense James Cone dijo: “La supervivencia de la tierra… es una cuestión moral para todos. Si no salvamos la tierra del comportamiento humano destructivo, nadie sobrevivirá”.[1]
La mercantilización del agua con poco o ningún respeto para la gente y los ecosistemas que dependen del agua es una tendencia creciente. Con la crisis económica mundial, se están considerando cada vez más los sistemas de privatización del agua como una forma en que los gobiernos pueden compensar costos. En muchos casos, el uso comercial excesivo de aguas freáticas y de superficie está afectando a la calidad y distribución del agua.
Cuando se vende, se contamina y se agota el agua para fines industriales o para embotellarla, ¿quién paga realmente por todo ello? ¿Son la Creación de Dios y el pueblo de Dios quienes pagan un pesado precio? Especies vivientes de agua dulce que han tardado millones de años en evolucionar están en peligro y se extinguen a una tasa alarmante[2]. Una de cada ocho personas carece de acceso a agua potable innocua[3], y casi dos tercios de esas personas viven con menos de 2 dólares al día[4].
Las empresas y los mercados no deberían tener el control sobre la vida y la muerte. El teólogo cuáquero escocés, Alastair McIntosh, insta a los creyentes a que examinen críticamente los planes del mercado del día de hoy, que tratan de engañarnos haciéndonos creer que comprando más conseguiremos más valores transcendentes, tales como belleza, pureza, inteligencia, poder, confianza o amor. Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: ¿Nuestro deseo de afirmar nuestra humanidad de esta forma surge de la presencia de Dios o tratamos de llenar un vacío en nuestras almas consumiendo productos para eliminar así nuestra necesidad de Dios? McIntosh nos insta a quitar el velo que oculta los esfuerzos de las empresas para “mercantilizar el alma humana” y a comprometernos en comunidades transformadoras que “recuperen el alma”[5].
Como federación de estudiantes, hemos identificado este trabajo de “recuperar el alma” como profundamente vinculado con la justicia del agua. La explotación del agua crea una jerarquía de quién vive y quién muere; una jerarquía que es contraria al orden de la Creación de Dios. Si se educa a nuestra generación y a la que nos sigue considerando que algo básico como el agua es un mero producto comercio, ¿qué nos impedirá considerar todo a través del prisma de la mercantilización, incluso nuestras relaciones, nuestro tiempo, el trabajo de nuestra vida y nuestro compromiso con Dios?
Si afirmamos que Dios es el dador único de la vida, ¿por qué los creyentes pueden permitir a las empresas mercantilizar el agua, don esencial para toda clase de vida? La publicidad de las empresas nos manipula para hacernos creer que el derroche incontrolado en el uso de muchos de los productos de agua privatizada es moralmente aceptable y deseable. Las aguas embotelladas y las sodas, todos los artefactos más recientes, el uso desenfrenado de combustibles fósiles y el consumo de alimentos fabricados forman parte del entramado de culturas industrializadas, como la nuestra de los Estados Unidos. La devastación de una comunidad para el progreso de otra por medio de la reducción de los costos de los bienes de consumo se ha convertido en la norma como consecuencia de este derroche ilimitado.
La necesidad de actuar es urgente. El uno por ciento del agua del mundo es lo que las personas de la tierra, las criaturas de la tierra y las criaturas de agua dulce comparten para beber, cocinar, el saneamiento y el hábitat. Esta agua no pertenece a ninguna comunidad o especie única, por lo que nadie puede realmente venderla ni comprarla. Las comunidades de las cuencas hidrográficas deberán compartir los costos del tratamiento y depuración del agua, y no delegar su administración en las empresas cuyo interés primordial es el lucro.
Los estudiantes y los jóvenes de la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos (FUMEC), con otros muchos asociados como la Red Ecuménica del Agua, están adoptando medidas para incrementar la toma de conciencia sobre la justicia del agua. Les invitamos a unirse a nosotros para encontrar dónde están las fuentes de agua locales y determinar si su ciudad o municipio están estudiando privatizar tales fuentes. Hay que estudiar las formas de reducir el consumo de productos que proceden de aguas mercantilizadas, a fin de incrementar la justa repartición de las fuentes de agua mundiales. Como afirmó Mahatma Gandhi. “la tierra es suficiente para las necesidades de todos, pero no para la codicia de todos”.[6]
El uno por ciento del agua dulce ha bastado para el sostenimiento de las generaciones pasadas. Como personas a las que Dios ha encomendado labrar y conservar la tierra, somos los únicos administradores del agua para asegurar su transmisión segura de una generación a la siguiente. Nuestra administración debe incluir no sólo esta transmisión segura, sino también el convencimiento de que el agua no es un producto comercial, sino un don recibido en préstamo del Señor para que lo utilicemos y lo compartamos.
Shantha Ready Alonso es actualmente vicepresidenta de la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos. Trabaja en el Programa de Ecojusticia del Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos de América. Linwood Blizzard II se halla en su segundo año de estudios en la Facultad de Teología de la Universidad Howard de Washington D.C. y es tesorero de la región de América del Norte de la FUMEC.
[1] James Cone, “Whose Earth Is It Anyway?” p. 5.
[2] En nuestro país, los Estados Unidos, el 40% de los peces y anfibios de agua dulce, la mitad de todos los cangrejos, la mitad de todos los caracoles de agua dulce y los dos tercios de los mejillones de agua dulce están en peligro o se han extinguido. (United States Environmental Protection Agency. Busqueda el 1 de marzo enwww.epa.gov/bioiweb1/aquatic/freshwater.html)
[3] UNICEF/OMS. 2008. Progress on Drinking Water and Sanitation: Special Focus on Sanitation.
[4] DfiD [Department for International Development] Sanitation Reference Group. 2008.
[5] Alastair McIntosh. Seminario sobre Justicia Climática. Reunión del Comité Ejecutivo de la FUMEC, Beirut, octubre de 2010.
[6] Citado en Leonardo Boff, Grito de la Tierra, Grito de los Pobres.
Las opiniones expresadas en esta reflexión bíblica no reflejan necesariamente las posiciones oficiales del CMI y de la Red Ecuménica del Agua. Este material puede ser reproducido libremente dando el debido crédito al autor.
Por un modelo público de agua
Declaración Ecuménica sobre el agua como derecho humano y bien público
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Consejo Nacional de Iglesias Cristianas del Brasil CONIC Conferencia Nacional de Obispos del Brasil CNBB Federación de Iglesias Protestantes de Suiza FIPS Conferencia de Obispos de Suiza COS
Declaración Ecuménica sobre el agua como derecho humano y bien público Texto Colectivo 1 RenéKrüger,BuenosAires
Büro + Webdesign Daniela Tobler, Bern StämpfliAG,Bern
www.sek-feps.ch;bestellungen@sek-feps.ch Este folleto es de distribución gratuita.
Publicado también en inglés, alemán, francés
© 2005, Federación de Iglesias Protestantes de Suiza FIPS ISBN 3-7229-4049-4Nosotros, las Iglesias unidas en el Consejo Nacional de Iglesias Cristianas del Brasil y en la Federación Suiza de Iglesias Evangélicas y las Conferen- cias Episcopales del Brasil y de Suiza, alentados por iniciativas locales en sus respectivas Iglesias y animados por declaraciones eclesiásticas a nivel mundial, y en sintonía con la Década Internacional del Agua (2005–2015) declarada por la ONU,
1. Reconocemos que
• El agua es una condición fundamental para toda vida. Sin agua no hay vida. Tener acceso o no tener acceso al agua decide sobre la vida y la muerte. El agua es un don de Dios que él pone a disposición de todos y todas para un uso responsable para una vida en abundancia. Por ello el agua es fundamentalmente un bien común que no puede ni debe ser privatizado.
• El acceso al agua es un derecho humano. El «derecho a una alimentación adecuada» quedó establecido en la Declaración Universal de los Dere- chos Humanos de la ONU en 1948 (Art. 25) como en el «Pacto Interna- cional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales» de 1966 (Art. 11). En su aplicación deben recibir especial consideración los problemas y las necesidades específicos de las mujeres: en muchos países las mujeres (y las criaturas, especialmente las niñas) son responsables por el sumi- nistro del agua, con consecuencias para la salud de las mujeres y las jóvenes por las pesadas cargas que deben llevar. Al mismo tiempo, esta tarea impide que las adolescentes asistan a la escuela.
• El agua tiene un significado espiritual. El agua no es sólo un bien econó- mico, sino que posee un significado social, cultural, medicinal, religioso y místico. Ya en el relato de la creación dice: «El espíritu de Dios se mo- vía sobre la faz de las aguas» (Gen 1,2). A través de Moisés, Dios proveyó agua a su pueblo que peregrinaba por el desierto. Para nosotros, cristia- nos y cristianas, la fuerza simbólica del agua radica en el bautismo: «El que crea y sea bautizado, será salvo…» (Mc 16,16). Para muchos pueblos
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y culturas, el agua tiene un significado sagrado y posee un valor que construye comunidad, es ritual y se halla vinculado a las tradiciones.
• El agua se vuelve escasa para muchas personas. Debido al alto consumo de agua per capita, el crecimiento poblacional, una explotación inade- cuada del agua, el desperdicio, el estilo de vida, la tala de bosques, la destrucción del suelo y de los recursos hídricos, se hacen necesarias una especial preocupación por el agua como asimismo la fijación de priori- dades para su uso.
2. Exigimos
• Deben establecerse prioridades legales para el uso del agua. En primer lugar figura la satisfacción de la sed de los seres humanos y los animales y el consumo de agua para la producción de alimentos. Esto exige una política ambiental preventiva, en un espíritu de solidaridad entre comu- nas, países y pueblos.
• El derecho al agua debe recibir un margo legal vinculante a través de una Convención Internacional sobre el agua, a ser aprobada por la ONU.
3. Nos comprometemos a
• Invitar a nuestras Iglesias, comunidades, obras, entidades ecuménicas y organizaciones cercanas a apoyar esta Declaración, y a orar por esta causa;
• Juntamente con los movimientos sociales interesados y las ONGs de Sui- za y del Brasil, a motivar la opinión pública, las fuerzas políticas y la población de nuestros países a comprometerse con las preocupaciones de esta Declaración y a oponerse a la tendencia a la privatización;
• Impulsar a los Gobiernos de nuestros países a que garanticen mediante una legislación correspondiente el derecho humano al agua y la declara- ción del agua como un bien público, y a trabajar a favor de la elaboración de una convención internacional sobre el agua, a ser aprobada por la ONU.
Que se reconozca a nivel local y global el acceso al agua como derecho humano, tal como quedó establecido en el derecho a una alimentación adecuada. Este derecho debe ser respetado por todos los sectores de la sociedad, y fundamentalmente le cabe una responsabilidad especial en ello a los Estados. Deben ser aplicadas sin demora el «Comentario Gene- ral» N0 15 del Comité de la ONU para los Derechos Económicos, Sociales y Culturales y las «Directivas voluntarias para el apoyo de la realización del derecho a alimentación adecuada en el contexto de la seguridad ali- mentaria nacional» (en particular, la Directiva 8c), adoptadas por la co- munidad de Naciones en la FAO en noviembre de 2004.
El agua debe ser considerada y tratada como bien público. El Estado debe asumir la obligación de garantizar a todos los habitantes el acceso a agua potable. Ello implica un precio accesible del agua, la obtención de los recursos técnicos y financiero necesarios, como también la participación de las comunas y las comunidades locales en las tomas de decisión que les conciernen en materia de la utilización de los recursos hídricos exis- tentes. El agua como bien público implica también el compromiso de los Estados de regular por medios pacíficos el uso de los recursos hídricos, de manera que se respete también el derecho al agua de los habitantes de Estados vecinos.
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Friburgo, 22 de abril de 2005
Consejo Nacional de Iglesias Cristianas del Brasil Obispo Adriel de Souza Maia, Presidente
Conferencia Nacional de Obispos del Brasil Obispo Odilo Pedro Scherer, Secretario General
Federación de Iglesias Protestantes de Suiza FIPS Irène Reday, Vicepresidente
Conferencia de Obispos de Suiza Obispo Peter Henrici