EL ÁNGEL Por Juan Carlos Dido

Aquella fue la mejor navidad del pueblo. Es increíble lo que se puede hacer con la tecnología informática. La plaza fue el lugar donde se produjo el milagro de la técnica. El paseo, punto de reunión de los vecinos, se convirtió, por quince días, en el centro de veneración religiosa y asombro general. El árbol más grande se transformó en un gigantesco árbol navideño. Las otras plantas enmarcaron un encantador pesebre. En los senderos se diseñaron desiertos y montañas.

Pero ese era solo el escenario. Lo extraordinario era el contenido: Cosas y seres animados que recreaban la experiencia de los relatos. Las figuras no parecían artificiales. Robots perfectos creaban la ilusión de una realidad natural y plena. El árbol central remataba en una enorme estrella que, en ciertos horarios, despedía destellos de colores y emitía músicas celestiales. Durante la noche, se desprendía de ella otra estrella, más luminosa, que se desplazaba hasta el pesebre.

Enhorquetado en una rama, un voluminoso muñeco de Santa Claus exhibía una amplia bolsa llena de regalos. Al atardecer, cuando abundaba la presencia de los niños, saltaba al piso y recorría la plaza repartiendo juguetes a todos los chicos acompañado por su sonoro jojo, jojo, jojo. Después trepaba nuevamente y permanecía en el árbol hasta la siguiente ronda.

Todo tenía tamaño natural. En el pesebre, el niño Jesús agitaba bracitos y piernas en su cuna de paja, mientras lloraba dulcemente. Su madre lo acariciaba y, por momentos, lo alzaba en sus brazos, lo apoyaba en el regazo. Luego se lo entregaba a José, que recorría el establo con el niño alzado y lo mostraba a los pastores, que se inclinaban humildemente. La actuación de las maquetas de los Reyes Magos resultaba maravillosa. Surgían, montando sus camellos, desde el subsuelo que sirve de depósito para el cuidador de la plaza, desfilaban por todas las sendas trazadas entre montículos y arenosas planicies, siguiendo a la estrella que se desplazaba delante de ellos regando una estela radiante sobre el camino. Junto al pesebre, desmontaban y repartían regalos, para regresar, entre vítores y ap lausos, al punto inicial.

Todo esto era grandioso. Pero nada comparable con el ángel. Estaba en la cúspide, junto a la estrella principal. No intervenía en momentos predeterminados. Se movía con libertad. ¡Qué extraordinario! ¿Cómo podrían lograrse esos efectos? Se lanzaba en un vuelo magnífico que parecía recorrer todo el pueblo. Regresaba y se posaba suavemente en la cumbre del campanario de la iglesia. Después descendía y caminaba entre la gente, que le pedía milagros y le hacía promesas. Jugaba un rato con los chicos, acariciaba algunas palomas que revoloteaban a su alrededor, se sentaba en el banco de los mendigos y volvía al árbol.

Verdaderamente, este excepcional montaje pareció algo mágico. Tan mágico como  la  visita guiada que se hacía a la sala de la iglesia donde se habían instalado los controles de las computadoras que regulaban el funcionamiento de la muestra. Consolas, luces, monitores, tableros. Desde allí se comandaban todas las operaciones. Todos los visitantes preguntaban por el ángel, cómo se manejaba el ángel desde el control. Nunca hubo respuesta. Unos técnicos se sonreían, otros guardaban cauteloso silencio, otros daban explicaciones herméticas. Todos negaban que se hubiera instalado un ángel robot. Hablaban de todos los demás muñecos, menos del ángel, que ni siguiera aparecía en las pantallas. Seguramente, se trataba de un recurso tecnológico que no se quería revelar, para otorgarle mayor misterio al fenómeno.

Lo cierto es que cada día los comentarios de los vecinos se concentraban más sobre el ángel y todos aportaban nuevos datos sobre sus apariciones. Unos lo vieron bajar en la cárcel. Otros lo descubrieron junto a los cartoneros, en los basurales. Unos chicos aseguraban que había pasado el día con ellos en la escuela. Una enfermera comentó que lo vio en una sala del hospital, al lado de un paciente grave. Una señora afirmó que estuvo ayudando a servir en el comedor solidario. Un policía declaró que el ángel acompañó varias veces a un ciego a cruzar las calles del centro. Una maestra confesó que apareció en el jardín de infantes y les contó varias historias a los pequeños. Un grupo de jóvenes admitió que lo observaron cuando cubr&iacute ;a con sus alas a una mujer y su criatura que duermen siempre en la calle. Un funcionario comunal que hizo reserva de su identidad, juró que el ángel asistió a una sesión del concejo deliberante…

Los testimonios eran interminables. El párroco difundió una declaración del obispo en la que advertía a todos los fieles acerca de personas inescrupulosas que se aprovechan de la ingenuidad de algunos vecinos para engañarlos y explotar su credulidad. Observaba la nota episcopal que se debia denunciar a los impostores que lucran con la fe de los creyentes. También recomendaba no hacerse eco de las versiones infundadas que desparraman chismes inaceptables sobre supuestas visitas angelicales, porque puede tratarse de otra arma del diablo para apartar a los débiles de los caminos del Señor.

Después de la fiesta de Reyes se desarmó todo el complejo sistema robótico que dio vida artificial a una celebración inolvidable. La plaza retomó su aspecto simple de plaza pueblerina. El césped volvió a crecer desparejo y ralo. El terreno recuperó su nivel. Los senderos trazaron su antigua geometría y las plantas disfrutaron otra vez de la indiferencia pública. Sin embargo, la gente asegura que al ángel no se lo llevaron, porque sigue apareciendo frecuentemente, sin que nadie pueda aclarar este misterio

Tomado de Prensa Ecuménica
www.ecupres.com.ar
(*) Juan Carlos Dido, periodista, investigador, autor  de varios libros sobre comunicaciones. Miembro de la Iglesia Metodista de Flores en Buenos Aires.


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